En una ajustada elección, Nicolas Maduro se consagró como el nuevo presidente de Venezuela y obtuvo el 50,66% de los votos, contra el 49,07% obtenido por Henrique Capriles, quién exigió el recuento en todas las urnas. Se abren nuevos desafíos para el gobierno del PSUV y la sociedad venezolana.

 

Fue una jornada dramática en Caracas, la capital venezolana. Violaciones a la veda electoral por parte de los dos candidatos, “cacerolazos”, amenazas cruzadas y un constante aumento de la tensión, que terminaron bien entrada la noche con la exigencia de Capriles de contar nuevamente todos los votos.

El ajustado margen en que se resolvió la elección de ayer sorprendió a todos, desde férreos militantes del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) a millonarios venezolanos que apoyaron la figura de Capriles; incluso, se lo veía sorprendido al mismo Nicolás Maduro al momento de ratificar su victoria. Es que, de movida, la muerte de Hugo Chávez hacía preveer un triunfo holgado de su sucesor, esperándose aún una victoria más contundente que la que había obtenido el chavismo el 7 de Octubre del 2012. Pero Capriles le arrebató al PSUV más de 600.000 votos y casi logra la victoria.

¿Capriles hizo mejor las cosas en esta campaña relámpago? Tal vez. Pero no por pura cuestión de marketing sino que entendió el punto clave del asunto: Chávez estaba muerto. Y eso era lo que lo envalentonaba, su ausencia. ¿Y del lado del oficialismo? Pajaritos, santuarios e incansables referencias a un “Él” que ya no estaba como antes presente para ganar elecciones, tomar decisiones e interpelar al pueblo sino, cómo un halo fantasmagórico o especie de santo patrono del socialismo venezolano.

Sin ideas ni propuestas, aún anclados en la figura de Chávez, el PSUV no supo captar el momento natural de incertidumbre que prosigue a toda muerte de un líder político de su magnitud. Y a Capriles, con sólo entender eso, le alcanzó para hacer una elección increíble que se le escapó por un soplido.

Con una  inflación cada vez más alta y la devaluación de alrededor de un 70% en los últimos meses, el deterioro de la calidad de vida y de consumo del pueblo venezolano se sienten. El vacío dejado en la escena política por Chávez no pudo suturar ni canalizar adecuadamente estas situaciones. Y aunque apostó a eso, Maduro no es Chávez: no es el presidente que supo resistir el golpe de Estado del 2002, que repartió la renta petrolera como nadie lo había hecho antes, que propulsó la educación y la salud pública a niveles y lugares en donde jamás había estado. Maduro es Maduro y eso es lo que no entendió o, al menos, lo que no quiso mostrar. Lo que antes era subsumido en Chávez le explota al nuevo presidente en el rostro.

Son estos errores y faltas de respuestas a lo largo del mes y monedas que transcurrió desde la muerte del ex presidente lo que explica, en parte, la elección de ayer. A medida que se desinflaba la figura de Maduro crecía a las sombras la de Capriles, candidato por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).Y a su sombra, el apoyo de la más rancia oligarquía venezolana y algunos sectores de clase media; sumado al apoyo de numerosos medios de comunicación que, históricamente enfrentados al chavismo y librados ya de Chávez, iban por los restos.

Poco a poco, con un discurso confrontativo pero que abogaba por la paz social, la promesa de aumento de un 40% de los salarios y la de no alterar el carácter estatal de PDVSA (Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima), Capriles fue acortando distancias.

Tras el anuncio del resultado por parte de la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, se confirmó lo que se presentía ayer por la tarde/noche: el temporal había pasado bastante cerca. Con apenas 234.000 votos de diferencia, Nicolás Maduro era electo presidente de Venezuela, luego de casi quince años de mandatos ininterrumpidos de Hugo Chávez (excepto los últimos meses que delegó el poder en su vicepesidente debido a su enfermedad terminal).

Desde el Palacio de Miraflores, el presidente electo,  salió a defender los resultados de los comicios, al reconstruir la comunicación telefónica que había mantenido momentos anteriores con el candidato opositor: “Capriles te dije, si pierdo por un voto, lo reconozco. Pero gané por casi 300 mil votos y lo debo respetar”. Lo que dejaba entrever un reclamo por parte de la oposición en lo que respecta al recuento de votos. “A Venezuela se la respeta, ya veremos qué hacer si alguien levanta su insolente voz contra el pueblo”, advirtió duramente Maduro; ante el temor que rondaba en Caracas de que se produjeran hechos de violencia por los apretados resultados de las elecciones.

Minutos más tarde, Hernan Capriles aparecía ante los micrófonos nuevamente: “Quiero decir al candidato del gobierno: el derrotado del día de hoy es usted. Usted y su gobierno. Lo digo con toda la firmeza, con todo el compromiso, con toda la transparencia: nosotros no vamos a reconocer un resultado hasta tanto aquí no se cuente cada voto de los venezolanos, uno por uno”. Al mismo tiempo, negaba totalmente cualquier tipo de pacto, deslizado anteriormente por Maduro: “He escuchado un discurso ahora desde el Palacio de Miraflores hablando de un supuesto pacto. Yo no pacto y menos pacto con la ilegitimidad, con aquellos que yo considero que no son legítimos, que han obtenido un triunfo sobre la base de todas esta incidencias del día de hoy”.

“Se lo digo al puebo: esto es un mientras tanto. Esta lucha recién comienza”, cerró Capriles despúes de pedir al Consejo Nacional Electoral (CNE) un nuevo recuento de los votos.

El desafío ahora es doble para el presidente Nicolás Maduro ya que, por un lado, debe construir legitimidad hacia dentro de su propio partido y electorado; cómo también hacia afuera, para con el resto de la sociedad venezolana, que se encuentra aún más dividida que antes de las elecciones presidenciales

 

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