Según un reporte las Naciones Unidas, los activistas ambientales experimentan mayor violencia que en cualquier otro lugar en el mundo. De las 711 muertes de ambientalistas durante la última década, 592 ocurrieron en América Latina.
La voracidad por exprimir buena parte de los últimos recursos que quedan en el planeta ha llevado, en las últimas décadas, a un crecimiento exponencial de movimientos sociales que luchan por la defensa de los territorios, los recursos ambientales y la salud de la población local.
Según un reporte de las Naciones Unidas, América Latina se volvió el lugar más peligroso para los ambientalistas: de las 711 muertes registradas en la última década, 592 ocurrieron entre el sur del Río Bravo y Tierra del Fuego. La pasividad de los organismos gubernamentales y la justicia frente a la violencia que ejercen sicarios contratados por empresas y multinacionales ganaderas, agrícolas, mineras y madereras es moneda corriente en América Latina, agravando la desprotección que sufren los movimientos socioterritoriales por parte del Estado.
Como alertaron los referentes de la Trident Ploughshares, Right Livelihood Award y la Fundación para la Defensa del Ambiente (FUNAM) a principios de este año, la violencia es mayor que en cualquier otra parte del mundo: “Brasil fue el país que registró la mayor cantidad de asesinatos de líderes ambientales y sociales entre 2002 y 2011, con 365 víctimas. Le sigue Perú, con 123, y Colombia, con 70. Dentro de Brasil, la mayor parte de los asesinatos se concentró en Pará. En la Argentina, entre 2009 y 2012, fueron asesinados más de 10 líderes indígenas y rurales”. A esta lista se le pueden agregar México y Costa Rica, en donde el asesinato de ambientalistas también se encuentra a la orden del día.
Si a este panorama se le suma la creciente criminalización de la protesta social y ambiental por buena parte de los gobiernos neodesarrollistas de la región, se podrá poner en perspectiva la gravedad del asunto.
