Cada 22 de marzo, desde 1993, se celebra el “Día Mundial del Agua” para “llamar la atención sobre la importancia del agua dulce”. Cientos de millones de personas aún no tienen acceso al agua potable: una problemática que se entrecruza con la pobreza, la exclusión y la marginalidad.

Y'an Yomaghan

El 22 de marzo de 1993, en Río de Janeiro, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo aceptó la recomendación de celebrar el “Día Mundial del Agua” con el motivo de “llamar la atención sobre la importancia del agua dulce” y “la defensa de la gestión sostenible” de dicho recurso.

En más de veinte años la situación de cientos de millones de personas no sólo ha cambiado: la brecha de desigualdad en torno al acceso al agua potable se ha ensanchado. En el mundo, 6.000 niños mueren al día por enfermedades relacionadas con el agua, el saneamiento y la higiene.

En la Argentina, la falta de inversión del Estado y la privatización de las prestadoras del servicio, así como también la falta de regulación medioambiental sobre ciertas industrias; ha acorralado a gran parte de la población que vive en barrios marginados y zonas rurales empobrecidas.

La contaminación, el vertimiento de desechos tóxicos a ríos y lagos por parte de industrias contaminantes, el uso de agrotóxicos a gran escala, el corrimiento continuo de la frontera agrícola, la megaminería y sus químicos, la sobrepesca, la modificación de los hábitats acuáticos y el cambio climático condensan en la agudización de una problemática que va in crescendo.

Agua II

El caso de la Comunidad Potae Napocna Navogoh (“La Primavera”)

Uno de los casos más emblemáticos en donde se entrecruzan la exclusión, la pobreza, la discriminación étnica y el acceso diferencial al agua potable es el de la Comunidad Potae Napocna Navogoh (“La Primavera”).

Vedados de cualquier tipo de ayuda estatal por parte del gobierno de la Provincia de Formosa, muchos de los miembros de la comunidad caminan varios kilómetros para obtener de las lagunas y/o esteros agua turbia y contaminada, siendo esa la única posibilidad de llevar líquido al hogar en bidones de 5, 10 o 20 litros.

Los que tienen casas con aljibes pueden sobrellevar la situación en épocas de lluvia pero, si no llueve – y en Formosa llueve muy poco y las sequías cada vez son más largas – tampoco hay agua en los pozos.

La reacción por parte del gobierno local es nula; hay pedidos de agua, por parte de habitantes de la comunidad, que llevan hasta meses y meses sin respuesta. Y, en los pocos casos en que hay respuesta, se envían bidones con agua salada, proveniente de localidades cercanas.

En relación con esto, la asistente comunitaria de salud que trabaja junto con la enfermera en el CIC (Centro Integral Comunitario) sostiene que la tuberculosis – que puede ser mortal y está ligada estrechamente al problema del agua – se extiende cada vez más en la zona, superando por amplio margen a otras afecciones como la diabetes.

Fiebre y diarrea, especialmente en bebés y niños, son síntomas comunes  y cotidianos de una clara deficiencia del agua que, cuando no es salada, está podrida.

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