La crisis migratoria que tiene a la Unión Europea como epicentro no para de sumar capítulos: este martes, la policía húngara desalojó la principal estación de tren de Budapest para impedir la avanzada de migrantes hacia Europa Occidental.

Budapest III

Este último lunes, la policía de Budapest permitió a los inmigrantes  y refugiados que desde hace días esperaban en campamentos improvisados que tomaran el tren hacia Viena, a pesar de no tener visados ni pasaportes para ingresar. Sólo durante ese día, 3.650 personas lograron llegar a Austria y otros cientos lo hicieron al sur de Alemania.

El martes, y luego de las advertencias realizadas por otros miembros de la Unión Europea, la policía húngara debió evacuar la principal estación de trenes de Budapest, prohibiendo la entrada y salida de formaciones hasta que no queden refugiados en el lugar.

Mientras tanto, los miles de migrantes que se encontraban en las adyacencias de la estación de Keleti gritaban: “¡Alemania, Alemania! Queremos irnos”.

Budapest

El mayor movimiento migratorio desde la Segunda Guerra Mundial se encuentra, en mayor medida, compuesto de iraquíes, sirios, afganos y eritreos. La situación, por momentos, roza lo desesperante y tragicómico: los pocos que lograron llegar a Múnich el lunes por la noche entraron cantando “Ich liebe Angela Merkel” (Yo amo a Angela Merkel).

La gestión de la crisis migratoria tiene dividido al bloque de los 28 países que componen la Unión Europea. Sin saber qué hacer con los refugiados, cada Estado viene respondiendo a la problemática como quiere: dejándolos morir hacinados, dándole ayuda humanitaria, expulsándolos o, incluso, construyendo muros en las fronteras.

Pese a las insalvables diferencias, constituye una ironía de la historia que las mismas líneas ferroviarias que hace casi setenta años atrás trasladaban a sobrevivientes de los campos de concentración nazis devuelta a sus hogares ahora son testigos del movimiento inverso: gente que escapa de la muerte implorando llegar a Alemania.

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