El elegante hombre de mediana edad y el “niño prodigio”, el veterano de la actuación y la celebridad que sale con modelos. La cara marcada de Bryan Cranston y la expresión siempre juvenil de Leonardo DiCaprio. Fue una extraña competencia la de los premios Oscar de este año.

Bryan Cranston en el papel de Trumbo, su nueva película.
Bryan Cranston en el papel de Trumbo (Regreso con Gloria en argentina), su nueva película.

Está claro que entre el héroe romántico de Titanic y el narcotraficante de la serie de culto Breaking Bad había otros temibles competidores, pero la batalla más fascinante se dio entre estos dos actores que tienen en común sólo su talento. Con Revenant, El renacido, DiCaprio, que ya cumplió 41 años, compitió por quinta vez y se llevó el galardón, y para Cranston, de casi 60 años, fue la primera vez: en Regreso con gloria(“Trumbo” en el original, que se estrena hoy en Argentina), interpreta al famoso autor de Hollywood perseguido por el macartismo.

“Me honró y me conmovió la candidatura, es la meta de una vida”, dice con voz calma y profunda. “Estoy feliz también porque el filme celebra la importancia del guión cinematográfico: cámaras de filmación, actores, todo el resto viene después. He visto todos los filmes nominados, cada obra tiene algo que decir. Significa que Hollywood es más que puro entretenimiento”.

En los años ’40, Dalton Trumbo era el guionista más talentoso y mejor pago de Los Angeles, pero estuvo entre “los Diez de Hollywood”, directores y autores indagados y encarcelados en 1947 por negarse a responder a la comisión del senador Joseph McCarthy sobre actividades comunistas. Trumbo pasó un año en prisión, se encontró en la miseria y marginado, en parte gracias a la campaña de personajes como la periodista Edda Hopper (interpretada por Helen Mirren en el filme) y John Wayne.

Para mantener a su familia siguió escribiendo con nombre falso y ganó dos premios Oscar (con La princesa que quería vivir -en 1953, con Gregory Peck y Audrey Hepburn-, y con El niño y el toro, o “The Brave One”, de 1956. Hasta que Otto Preminger y Kirk Douglas pusieron su verdadero nombre en Exodo, y Stanley Kubrick en Espartaco, dando fin al período de las listas negras.

Cranston está realmente fascinante en el papel de un excéntrico y filoso Trumbo. “Cuando uno interpreta un hombre perseguido por defender las libertades civiles, lo último que uno quiere es transformarlo en Superman. Las hijas de Trumbo no me han ocultado su mal humor. Trabajaba, fumaba, bebía bastante. No dormía lo suficiente, se descuidaba, todo lo que aceleró su muerte. Todos queremos realizarnos, pero tenemos que cuidar a los afectos para no ser, después, devorados por el arrepentimiento”.

La historia de Trumbo transcurre en un período oscuro para los Estados Unidos y en especial para Hollywood, “cuando la amenaza del comunismo había generado un temor que se había transformado en violencia y violación de los derechos. En este sentido su destino es ejemplar”. Y Cranston observa el presente. “Pensamos que es previsible que los derechos civiles sean ignorados en las dictaduras, pero no advertimos que puede suceder también en democracia. Todavía hoy nuestros derechos deben ser salvaguardados. No es necesario tener miedo de las ideas de los otros. Cuando se ataca para prevenir opiniones diversas a las nuestras, se cae en el autoritarismo. Es un peligro del cual ninguna sociedad está libre”.

Si Trumbo ejemplifica la pesadilla ‘americana’, la carrera de Cranston es el ejemplo del sueño siempre realizable. “Durante años he luchado para expresarme. Ahora puedo darme el lujo de experimentar con directores jóvenes, de otros países, encontrar inversiones. Nunca tomé una decisión basándome en el dinero. Nunca, tampoco cuando la pasaba mal. Esto me dio libertad para participar en los pequeños filmes en los que creía, trabajar en teatro. Siempre busqué buenas historias”.

Hollywood es un mundo que conoce muy bien. “Mi padre era actor, nací y crecí en los suburbios de Los Angeles. Cuando yo era joven, me llevaba con él a los estudios. Me fascinaba esa colmena de gente trabajando”. Pero la pasión por el teatro llegó primero, “era el amor por las historias: la narración es lo que nos conecta como seres humanos. Los primeros recuerdos que tengo son de cuando arrastraba un libro tratando de subirme a la falda de mis padres, tíos, abuelos, para que me leyeran alguna historia. No importa la edad, cada uno de nosotros siente el deseo de escuchar una buena historia. Yo he tenido la buena suerte de convertirme en uno de los narradores”.

Sobre el papel de Walter White, que lo hizo famoso en la serieBreaking Bad, dice que no se arrepiente de nada. “Ha sido una experiencia perfecta”, dice.

Mientras tanto, está enfocado en All The Way, la película para televisión de HBO sobre el presidente Lyndon B. Johnson, papel que llevó al teatro y por el que obtuvo un premio Tony. “Formidable, ambicioso y frágil, un hombre gigantesco que se derrumbó con el colapso de Vietnam. Pero sobre todo, hago la producción con Steven Spielberg, un ídolo. Lo admiraba de lejos, y ahora trabajamos codo a codo”.

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