Casi todas las semanas, el matutino fundado por Bartolomé Mitre da lugar a voces que propugnan la “teoría de los dos demonios”, atacan a los DDHH y realzan a las FFAA.

No pasó una semana desde que “La Nación” le exigiera a Mauricio Macri que “termine con el curro de los derechos humanos” que otra editorial negacionista vuelve a aparecer en sus páginas.

“La negación y la falsificación de la historia son una de las peores herencias recientes con las que el pasado insiste en condicionar el presente. Después de 12 años de un tan sugestivo como lamentable silencio, cuando no un discurso distorsionado y falaz, en las últimas semanas nuestra sociedad parece haber comenzado a reconocer que la terrible violencia que caracterizó la trágica década del 70 no tuvo que ver sólo con la desplegada desde el Estado, sino también con la acción igualmente violenta de los distintos grupos terroristas que no vacilaron un solo instante en apuntar contra civiles inocentes”, arranca la nota titulada “Víctimas Invisibles”.

Pese a que, en pos de justificar sus posturas y posiciones políticas, son rápidos para exigir “números concretos” a familiares, amigos y compañeros de personas que han sido secuestradas, “tabicadas”, torturadas y fusiladas o arrojadas al mar por las fuerzas militares; en esta oportunidad sostienen sin ningún tipo de miramientos que las organizaciones político militares de los 70′ han “apuntado” sin “vacilar” contra “civiles inocentes”, como si efectivamente hubiera sido una práctica sistemática por parte de lo que ellos llaman “el terrorismo”.

Lo que suelen ocultar, sin embargo, es la gran cantidad de civiles que sí han muerto bajo el peso de las botas de cuarteles y las balas estatales y de las que, en muchos casos, no se conocen las denuncias; así como también los centenares de niños muertos por las FFAA – sin contar los apropiados – y el peso que ha ejercido ese terror difuminado al resto de la sociedad durante décadas.

El editorial vuelve a la carga explicando quienes son esas “víctimas invisibles”: “Hablamos de un número elevado de argentinos, hombres, mujeres y niños, a los que hasta ahora se ha ignorado, como si no fueran sujetos de derecho de ningún tipo. Son los que fueron asesinados, mutilados, heridos, secuestrados y hasta torturados en las eufemísticamente llamadas ‘cárceles del pueblo’. Cómo no reconocer que nos habíamos olvidado de ellos, de sus respectivas familias, abandonándolos en el más completo desamparo, sin consideración alguna, injustificadamente despreciados e incluso criticados. Para ellos no hubo homenajes, ni monumentos, ni indemnizaciones, ni programas de contención, ni amparo alguno. Sólo recibieron silencio”.

“El primer paso previo al adeudado reconocimiento debería ser identificarlos, conocer sus nombres, saber quiénes fueron y son nuestras víctimas abandonadas. El camino pasa seguramente por repetir una experiencia nacional que resultó muy valiosa: la de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep), creada en 1983, durante la presidencia de Raúl Alfonsín. Es oportuno recordar que estaba integrada por miembros destacados de nuestra comunidad que, con seriedad y coraje, hicieron una labor histórica meritoria, investigando y registrando a los desaparecidos por acciones ilegales de las que fueron responsables algunos de nuestros militares que hoy cumplen condenas impuestas por la Justicia”, agregaron deslindando responsabilidades y asegurando, como Gómez Centurión, que el aniquilamiento no fue “sistemático” sino un “caos” propugnado por personas que “cometieron excesos”.

Por último, advierten que la “información sobre las víctimas del terrorismo debe incluirse en los planes escolares y grillas de contenidos de historia de aquella penosa década, con imparcialidad” y le piden a la sociedad argentina “madurez” y un “enfoque global”.

La memoria nunca es un hecho consumado sino que subyacen siempre luchas – reales y simbólicas – en torno a los modos de contar y representarse el pasado, siempre permeadas por el presente inmediato: uno de los avances más importantes de la sociedad argentina tal vez sea, en esta línea, la imposibilidad de pasar por alto declaraciones como las de Lopérfido, Gómez Centurión y otros miembros del “staff” de “Cambiemos” que, aunque parezcan “cosas del pasado”, intentan habilitar viejos discursos negacionistas en las discusiones actuales.

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