Las líneas de continuidades a lo largo de las últimas décadas dejan algunas problemáticas expuestas más allá de los signos políticos y los debates tan inmediatos como oportunistas.

El gobierno de Mauricio Macri y el de Cristina Fernández de Kirchner no modificaron sus políticas ambientales y las inundaciones arrasaron pueblos y campos cada vez con más frecuencia: pese a las obras y las promesas, el extractivismo y el “modelo sojero” son las únicas “patas” del asunto que no se ponen en cuestión desde la dirigencia.

Es claro que hay cosas que deben hacerse inmediatamente y que sólo se explica por la desidia estatal: por segundo año consecutivo se subejecutó el “Fondo Fiduciario de Infraestructura Hídrica”, diseñado para financiar obras que contengan excesos de agua. Sin embargo, el árbol no debe tapar el bosque.

El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) difundió en 2016 un estudio que refleja cómo el incremento de los cultivos agrícolas, – principalmente la soja – produce “un acercamiento de la napa freática a la superficie” que termina impide mayor absorción del suele del agua y agrava las inundaciones.

“La napa estaba a diez metros de profundidad y hoy está a menos de un metro. Los suelos están saturados, no pueden absorber más. Es como si antes teníamos una maceta grande y echábamos un balde de agua. Ahora la maceta es diez veces más chica pero echamos el mismo balde de agua”, aseguró Nicolás Bertram, investigador del INTA Marcos Juárez (Córdoba), al diario Página|12 .

“No estamos de acuerdo en que los excesos hídricos se deban a la falta de obras ni al exceso de lluvias, si no más bien a cuestiones asociadas al proceso de minería que sufre la agricultura y a la agriculturización de las últimas dos décadas principalmente. A partir de datos históricos se puede observar una relación directa entre el incremento de los cultivos agrícolas (y del cultivo de soja principalmente) y el acercamiento de la napa freática a la superficie”, explicó el experto.

Las políticas gubernamentales que favorecen el monocultivo – en especial la expansión de la frontera agrícola por la soja (agrotóxicos y glifosato mediante) y la deforestación de amplias zonas – son invisibilizadas por las autoridades que, ante las emergencias, se amparan en el “cambio climático” para reducir cuestiones que tienen que ver con procesos sociales y económicos a “imponderables de la naturaleza”.

El biólogo e investigador del Conicet, Esteban Jobbágy, también se refirió a la problemática en diálogo con periodistas de Página|12: “El actual modelo agropecuario produjo que lugares que ya se inundaban ahora lo hagan más seguido, y zonas que no se inundaban, ahora comiencen a hacerlo. El uso de la tierra afecta el régimen de inundaciones: un sólo cultivo anual evapora mucho menos que otros cultivos y produce mayores excesos hídricos”.

“No hay que pensar sólo en la soja: hay que apuntar al modelo agropecuario, que avanzó hasta zonas impensadas, ocupó espacios de pasturas destinados a ganadería y arrasó millones de hectáreas de monte nativo”, subrayó.

Si al desolador panorama que arroja el modelo productivo le añadimos la destrucción de los humedales, el mismo se agrava. Luego de años de dilaciones, a principios de diciembre se aprobó una tibia “Ley de Humedales”: el proyecto impulsado por el senador “Pino” Solanas sufrió numerosas modificaciones de último momento que terminaron transformando su carácter proteccionista y terminó brindando una exagerada injerencia a las provincias para que continúen alentando negocios inmobiliarios y profundizando el modelo extractivo sobre los humedales.

La vital importancia de estos ecosistemas para mitigar inundaciones, sequías y proveer agua y vida a las distintas especies son soslayadas a la hora de ver los números del lucro privado: cuando el agua de la lluvia y el desborde de ríos y arroyos arrecian, los funcionarios nacionales, provinciales y municipales sólo atinan a agarrarse la cabeza.

Comentarios

comentarios