En marzo, el gobierno de Viktor Orban dio un paso más en su política de hostigamiento de refugiados y migrantes: aprobó una serie de leyes y reglamentaciones para detenerlos en una especie de “campos container”.

Con el programa puesto en marcha, las condiciones en que viven y el trato de que son parte desataron las críticas de distintas organizaciones internacionales de derechos humanos: pasan sus días en containers, entre alambres y rejas con un pequeño sector de juegos para los niños, a la espera de que se apruebe su entrada al país.

El funcionamiento del procedimiento de admisión es el siguiente: aplican diez personas por día y, mientras son estudiados durante meses, deben vivir como prisioneros en los campos. Si a esto se le suma que aproximadamente el 90% son rechazados, el panorama es desolador.

Los nuevos anuncios del gobierno húngaro tampoco son esperanzadores: confirmaron que en mayo enviarán a refugiados que previamente habían entrado al país a estos campos de detención y que están entrenando a miles de “guardias de frontera” para reforzar las zonas “calientes”.

Con 8.000 migrantes esperando en Serbia para entrar a Hungría y conseguir asilo; además de los cientos que están escondidos en los bosques y en campamentos informales intentando entrar ilegalmente al país, Hungría es una verdadera bomba de tiempo.

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