En enero de 1910, después de meses de lluvias y lloviznas, el Río Sena inundó París: el agua no desbordó hacia afuera, como muchos preveían, sino que corrió por las cloacas, drenajes y los túneles del subte,

Aunque ya en esa época las inundaciones eran consideradas “normales” en invierno, aquel 21 de enero las alertas se prendieron: el agua subía más rápido de lo esperado.

Durante las semanas que siguieron miles y miles de parisinos fueron evacuados de sus casas, con calles y edificios públicos totalmente anegados. La policía, bomberos y soldados tuvieron que moverse rápidamente en botas para rescatar a los residentes que quedaron atrapados en edificios y casas con segundo piso.

La vida continuó desde los refugios como se pudo: los que tenían que trabajar se construyeron botes precarios para trasladarse; los que no ayudaron a las autoridades a erigir puentes y pasadizos.

El 28 de enero el agua alcanzó su pico: 28 pies por encima de su nivel. Increíblemente, y pese a las miles de evacuaciones y los daños, no murió ni una sola persona.

Poco más de un siglo después, la capital francesa vuelve a sufrir una gran inundación: aunque los expertos aseguran que no llegará a los niveles de 1910, los recuerdos de aquellos días siguen marcados a fuego en la memoria colectiva parisina.

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