El domingo 4 de marzo, Serguei Skripal (66) y su hija Yulia, de 33 años, fueron hallados inconscientes y en gravísimo estado en un banco del centro comercial ‘The Malting’ en Salisbury, Inglaterra. Ambos terminaron internados en terapia intensiva: con pronóstico reservado, padre e hija todavía se mantienen en esa condición.

Al día siguiente del hecho, la Policía Antiterrorista Británica informó que Skripal y su hija fueron envenenados “intencionadamente con el propósito de causar la muerte” con un agente nervioso. Expertos determinaron que la sustancia, de la que se han encontrado trazas en un restaurante y un pub, es del tipo “Novichok”, fabricada por Rusia.

El gobierno de Theresa May procedió a la expulsión de varios diplomáticos rusos – sospechados de ser, en realidad, espías – y prohibió que funcionarios del gobierno y de la realeza concurran al Mundial 2018.

Este lunes, un grupo de expertos de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW por sus siglas en inglés) llegó a Whiltshire para analizar el agente nervioso utilizado en el ataque: los estudios tardarán, por lo menos, dos semanas.

Sin embargo, el Kremlin decidió no quedarse con las manos cruzadas: tras contestar con la expulsión de una veintena de diplomáticos británicos, ahora el gobierno de Vladimir Putin, que aseguró en varias oportunidades que las acusaciones “no tienen sentido, señaló que espera que presenten “pruebas firmes” o que, por el contrario, se “disculpen” con ellos.

La Unión Europea (UE), por último, le exigió a Rusia que “brinde inmediatamente los detalles de su ‘Programa Novichok’ a la OPCW y que conteste las inquietudes planteadas por el Reino Unido y la comunidad internacional”.

Comentarios

comentarios