Hasta el partido con Palmeiras en la “Bombonera”, Agustín Rossi no había tenido errores tan groseros como para ser sindicado como el culpable del ambiguo presente “xeneize”. Es cierto que tampoco había tenido grandes atajadas o salvadas espectaculares.

La discusión que comenzó hace tiempo en la tribuna y se trasladó con fiereza a los paneles de televisión de los programas deportivos parece haber quedado saldada: la mala salida y el posterior gol de Lucas Lima lo condenaron al escarnio público.

Los silbidos constantes de los hinchas en la tribuna cada vez que tocó la pelota y la escueta defensa de Guillermo Barros Schelotto post-partido le dieron el golpe final.

Sin embargo, quedarse solamente con la mala noche del arquero para explicar la derrota de Boca roza lo canallesco. Pese a gastar millones de dólares en cada mercado de pases y tener jugadores de fuste en cada puesto dentro de la cancha, el entrenador “xeneize” nunca encontró un estilo de juego que haga resaltar las virtudes de sus dirigidos.

El mal funcionamiento, los problemas extrafutbolísticos que tomaron estado público y sacudieron la moral del plantel, sumado a la poca actitud y resiliencia mostrada en los partidos importantes, no se le pueden achacar simplemente a un arquero que, en el peor de los casos, ha jugado como el resto de sus compañeros. Agustín Rossi es, hoy por hoy, el chivo expiatorio de un presente tumultuoso.

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