Anoche el San Pablo de Brasil se consagró campeón Sudamericano en una final escandalosa porque Tigre no salió a jugar el segundo tiempo bajo amenazas, con golpes y heridos.
Lo que debió ser una fiesta, se tornó una pesadilla para el conjunto de Néstor “Pipo” Gorosito. Es que Tigre por primera vez en su historia había logrado llegar a la final de una copa internacional, como lo es la Copa Sudamericana, y esto es un gran mérito para un equipo que no está acostumbrado a este tipo de acontecimientos. Pero se volvió un bochorno difícil de olvidar, porque desde que el equipo de Victoria arribó a Brasil tuvo diversos inconvenientes antes, durante y después del partido.
Al plantel no se le permitió hacer el reconocimiento del campo de juego, también tuvo inconvenientes para llegar al mítico estadio Morumbí, tardando más de lo normal, el micro fue violentado con piedrazos, al equipo de Gorosito tampoco lo dejaron hacer el precalentamiento dentro de la cancha, entre otras dificultades que han tenido previas el partido.
Ya disputándose el encuentro, hay que destacar que el equipo paulista con goles de Lucas y Osvaldo, superaba al “Matador” en la final de vuelta de la copa. Ya sobre el final del primer tiempo dentro de la cancha hubo roces y discusiones entre jugadores de ambos equipos que no pasaron a mayores. Pero al finalizar el primer tiempo cuando el conjunto de Victoria se encontraba en los vestuarios se toparon en dicha zona con la seguridad contratada por el club brasileño, en donde hubo muchos golpes de puño, con bastones y otros objetos, incluso se habla que al arquero Damián Albil lo amenazaron con un arma de fuego.
A esta altura era imposible proseguir el encuentro debido a que por las agresiones sufridas varios jugadores debieron ser atendidos e incluso a Sebastián Galmarini le debieron dar puntos de sutura en uno de sus brazos producto de los golpes recibidos. Por todo lo sucedido es que entre dirigentes, cuerpo técnico y jugadores se tomo la decisión de no salir a disputar el complemento. Por tal motivo es que el árbitro del encuentro, Enrique Osses, dio por finalizado el partido y declaró insólitamente campeón al San Pablo en una final bochornosa que debió coronar al mejor equipo sudamericano y que terminó coronando al equipo que no sufrió agresiones.