La muerte de Juan Daniel Asijak, de 16 años, se suma a la larga lista de asesinatos perpetrados contra miembros de las comunidades indígenas en la Argentina

Subyugados por el colonialismo; subsumidos luego a sangre y fuego en el modelo de Estado-Nación; el etnocidio indígena, ahora silencioso y paciente,  continúa. La gran mayoría de los pueblos y tribus indígenas pagaron, a lo largo de los últimos 500 años, con la muerte y la aniquilación su derecho a la diferencia; otros aún lo pagan en cuotas.

Hace alrededor de un mes atrás, morían atropelladas en la ruta Celestina Jara y Lila Coyipé (abuela y nieta), familiares de un reconocido referente de la comunidad  Qom “La Primavera” de Formosa, a manos de un gendarme y su camioneta.

El pasado sábado, en la localidad Chaqueña de Villa Río Bermejito, apareció el cuerpo desfigurado de Imer Flores, de 12 años, perteneciente a la etnia Qom. Desaparecido el día anterior, los únicos testigos del crimen son sus amigos, de entre 12 a 14 años, que tienen terror de declarar; tienen miedo a la policía que los persigue, los molesta y los humilla. Es ya conocida la muerte de Roberto Lopez tras la represión ordenada por el gobernador Gildo Insfrán, en 2010; así como también los sucesivos asesinatos y atentados a miembros de la comunidad cometidos desde ese entonces.

El asesinato de Juan Daniel Asijak, de 16 años, hijo de Pablo Asijak, referente de la comunidad y cuñado del carashe Felix Díaz, no escapa a esta lógica de persecución y muerte. Tres meses atrás, hablando con Juan Daniel y Pablo Asijak en su casa dentro de la comunidad; ambos relataban el temor que sentían al salir del CIC (Centro de integración comunitaria, donde funciona la radio y la sala de primeros auxilios) cuando caía el sol, ya que la única bombita de luz que tenían se les había quemado y, en varias ocasiones, los habían esperado en la oscuridad de los caminos de tierra linderos, 4 o 5 desconocidos con palos y cadenas para golpearlos.

El médico nos dijo que tenía un golpe en la cabeza hecho con un fierro oxidado”, cuenta  tres meses más tarde, Amanda Asijak, tía de Juan Daniel y esposa de Felix Díaz.   El joven de 16 años, fue encontrado agonizando el miércoles pasado, a las nueve y media de la mañana, junto a su moto al borde de una ruta de tierra, cercana a la comunidad Potae Napocna Navogoh. Cuando vi ese cuerpito supe que le era difícil sobrevivir”, afirma con dolor Daniel Cabrera, quien lo encontró y trasladó al Hospital Central de Formosa. Un día despúes, Juan Daniel murió; tenía fractura de cráneo y contusiones severas. Los médicos confirmaron que sufrió una violenta golpiza y que el fuerte golpe en la cabeza fue, probablemente, producto de un fierrazo. Asimismo, las pericias confirmaron que el joven no estaba drogado ni alcoholizado; echando por tierra la hipótesis del accidente, carta repetida de la policía y el gobierno local ante cada asesinato o intento de asesinato de algún miembro de la comunidad. “Recien vengo de enterrar a mi hijo y es mucho el dolor” cuenta consternado Pablo Asijak por teléfono. El mismo Pablo que, en la represión del 2010, golpeado y maniatado, escuchó por el handy del oficial que lo mantenía detenido, la orden de fusilarlo en cuanto tengan a Felix Díaz,  quién era perseguido al grito de “¡Maten al indio!”. 

Estos hechos, un poco más resonantes dentro de la indiferencia mediática y de las redes sociales, ocultan el modo en que lentamente se cronifica la muerte hacia dentro de las comunidades y pueblos indígenas. En el caso de la Comunidad “La Primavera” es la violencia cotidiana, es decir, la falta de agua potable, el envío de bidones de agua salada en las raras veces en que la municipalidad se digna a escuchar los reclamos, las enfermedades que ello acarrea, la persecusión y hostigamiento continuo, la discriminación y estigmatización por parte de las autoridades gubernamentales y los habitantes de los pueblos aledaños; la que erosiona de modo silencioso y eficaz sus vidas. El asesinato, la muerte violenta, es la excepción, la visibilidad grosera de lo que allí ocurre; de lo que se trata realmente es de dejar morir.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos ya había recomendado previamente al gobierno argentino, al “gobierno de los derechos humanos”, que vele por proteger la vida de los miembros de la comunidad “La Primavera”, haciendo especial hincapié en sus principales referentes. Nada de eso se está haciendo, más alla de los tres o cuatro puestos de Gendarmería apostados en algunas de las entradas a la comunidad y en el CIC, que ya se han revelado ineficaces.

Mientras las muertes, las enfermedades y las injusticias continúan, los hermanos de la comunidad solo piden “Justicia y paz”. La palabra “derecho” no tiene traducción al Qom, no existe. A diferencia de los “criollos”, ellos ya los dan por sentados.

 

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