Lo colectivo sobre lo individual; los hombres sobre los nombres: eso fue, en resumidas cuentas, las fórmulas en que se apoyó el éxito del equipo de Gallardo.

River

De una primera ronda bastante mala, donde la suerte no acompañó y el juego tampoco, a una buena serie con Boca, un partido extraordinario en Belo Horizonte y una actitud y firmeza arrolladora en semifinales y finales; River supo reinventarse a cada paso y hacerse campeón.

Sí, los campeones se hacen, se construyen y Gallardo nunca dejó de tenerlo en cuenta; cuando tuvo que meter mano, metió sin importar quién sea: Pisculichi, abanderado de la Copa Sudamericana 2014 , casi no participó como titular en el semestre; Teófilo Gutiérrez, con su ego a cuestas, salió cuando tuvo que salir y tampoco se le pidió que vuelva cuando no lo quiso hacer. Los hombres sobre los nombres.

River se las arregló con Rojas y sin Rojas; con Balanta o Funes Mori, con el delantero colombiano o el recién llegado Alario: cuando las individualidades estuvieron bajas, el equipo respondió y estuvo a la altura de las circunstancias.

Pero River también fue veinte minutos excepcionales de Viudez en Asunción, atajadas imprescindibles de Barovero en los momentos cúlmines, la firmeza de Maidana atrás, las salidas y la marca de Vangioni, el termómetro de Kranevitter, las ganas de Ponzio, las idas y vueltas incansables del uruguayo Sánchez, el segundo tiempo del “Pity” Martínez contra Guaraní en el “Monumental”, la calidad de Teo Gutiérrez, la imprevisibilidad de Mora; el amor del hincha/jugador Fernando Cavenaghi y, por supuesto, la reencarnación de la muñeca de Federer en Marcelo Gallardo.

En las distintas instancias, River supo ser el bueno y el villano, el vistoso y el desprolijo, el que pega y el que juega. Y más allá de las excusas de terceros, de los “panaderos”, los “gordos del escritorio” y el gas pimienta; River es el justo campeón de América.

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