No sólo los animales y niños pequeños sufren con los estruendos de la pirotecnia: los chicos/as con TEA constituyen uno de los grupos más vulnerables.

Las fiestas que prosiguieron a la “Tragedia de Cromagnón” tal vez hayan sido en las que menos se tiraron fuegos artificiales: pese a las distintas campañas que intentan prevenirlo, la práctica todavía está asentada culturalmente en los “rituales” de fin de año y no ha parado de crecer.

Según los especialistas a los que entrevistó “La Nación”, los más de 100 decibeles (dB) que puede alcanzar la explosión de un petardo no sólo pueden causar lesiones en la vista o la audición (el oído humano resiste hasta 90 dB sin daños): hay grupos vulnerables que sufren con los estruendos mientras otros festejan: bebes, adultos mayores, personas con discapacidad y mascotas.

Los padres y entidades de chicos/as con trastornos del espectro autista (TEA) se sumaron al reclamo: piden conciencia a la población y que el lema “pirotecnia cero” se cumpla en las fiestas: “Para nuestros chicos es una tortura”, advierten.

“Les generan crisis de llanto, berrinches, actitudes agresivas y hasta llegan a lesionarse -precisó el especialista-. Tienen la necesidad de un orden y una regularidad y todo aquello que altere su ambiente provoca que se incremente su nivel de cortisol en sangre, se pongan muy tensos, generando conductas estereotipadas, repetitivas y agresivas”, relataron.

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